Vine del ultramar —respondí—, allí lo dejé todo: mis amigos, mi familia, el nombre que escribí con un palito en el cemento mojado y que luego se quedó para siempre grabado en la acera de mi casa. Vengo del ultramar, sabes, donde la gente te sonríe de la nada, donde siempre hay calor, donde hablan bonito y quieren con la fuerza de mil brazos. Mi tierra pequeña pero infinita a la vez. Donde dejé las vistas más bonitas y los ojos más limpios para mirarlas. Mi suelo del otro lado del mar.